017. brooklyn baby
chapter seventeen
017. brooklyn baby
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EN UNA SALA repleta de superhéroes, dioses, científicos, asesinos y personas cuyos nombres siempre iban a ser recordados, Pamela pensó que acabaría odiando cada momento. Se sentía como si estuviera en un escenario para que todos la miraran, la señalaran y se rieran. Este no era su ambiente, era cierto. No era una persona sociable, ni accesible. Nadie quería acercarse a una serpiente si la veía, la mayor parte de la gente era demasiado reservada como para cometer ese error. Pamela supuso que Steve Rogers era diferente. Vio una serpiente y, en lugar de alejarse, le ofreció un trago, le preguntó cómo estaba y comprobó si no tenía frío, como si fuera una flor en un jarrón en lugar de un reptil escamoso de sangre fría. Era un cambio agradable.
No necesitaba conocer a todo el mundo, ni tampoco hablar con ellos. Sam hablaba casi siempre por ella porque se le daba muy bien. Él hablaba, ella se limitaba a mirar; era un sistema a prueba de tontos que habían montado y que funcionaba muy bien. ¿Pero Steve? Steve Rogers era como una manta caliente y mantequilla derretida sobre pan recién salido de la panadería. A pesar de ser tan ancho de hombros y más fuerte que casi cualquiera en este edificio, era muy amable. Le pasó un vaso con las suaves yemas de los dedos, le habló en un tono bajo pero tranquilizador y le ofreció esa sonrisita que realmente suavizó cada escama áspera en la piel de Pam en cuanto la vio.
Pamela Daniels no podía evitarlo y no quería ocultarlo. No a Steve. Él era la última persona a la que quería ocultarle algo. Cuando ella le preguntó quién quería que fuera, él había respondido: ¿Qué tal solo Pamela Daniels? ¿Quienquiera que sea? Y Pamela Daniels prometió hacérselo saber en cuanto se enterara, y él aprendía cada nueva parte de ella como si estuviera pasando las páginas de un libro que lo mantenía en vilo, con la respiración contenida y la tensión. Quería saber qué había en la siguiente página, en el siguiente capítulo. Y ella se lo mostraba cada vez.
Ambos aprendieron mucho el uno del otro que no vieron en Washington, y el simple gusto del otro les hacía querer aprender más, ver más. Ninguno era bidimensional, eran algo mucho más especial. Si bien es posible que no lo creyeran por sí mismos, al menos lo creía para que el otro lo compensara.
Y así, Pamela Daniels disfrutaba de la fiesta de Stark. Ni por el lujoso ático, ni por la abundancia de comida, ni por las bebidas, y mucho menos por la lista de invitados. La disfrutaba porque le gustaba pasar tiempo con Steve.
(También disfrutaba bastante viendo a Sam perder contra él en el billar.)
Sam silbó en voz baja cuando la bola blanca rodó hacia la roja sobre la mesa, pero falló en el hoyo y rebotó sobre la mesa.
—Oh, venga ya —suspiró y balanceó su palo de billar cerca de su costado, sacudiendo la cabeza—. Pam... —le hizo un gesto como si hubiera sido culpa suya.
Ella se levantó de donde había estado apoyando los codos en el costado de la mesa.
—¿Perdona? —soltó suavemente, jadeando de una manera sutil—. ¿Cómo ha sido eso culpa mía?
—Estás apoyada en la mesa —dijo Sam y ella lo miró fijamente, incapaz de creerlo y luchando por contener su diversión. Escuchó a Steve reír suavemente mientras se dirigía a la mesa para su turno, apuntando el palo de billar mientras Pamela se cruzaba de brazos hacia Sam—. Te has apoyado y has arruinado mi tirada.
—Ah, pues claro, eso es lo que ha pasado —soltó Pamela sarcásticamente, cayendo en la trampa de Sam, y lo supo en el momento en que él sonrió para sí mismo, divertido por su reacción. Ella se inclinó con rapidez y le dio una palmada en el hombro después de comprender que había caído en sus burlas.
Cuando fue a apoyar los codos en la mesa para mirar a Steve, Sam le tendió una mano,
—¡Eh, eh, eh! —exclamó y Pamela lanzó su mirada al techo—. Lo estás haciendo otra vez —Pamela dio un paso atrás y levantó las manos del borde de la mesa de billar, dándole a Falcon una mirada exasperada y mordaz—. Ajá, eso es. No hagas que te pille apoyándote otra vez.
Steve hizo su tiro y la bola blanca golpeó las bolas restantes, y miró con una sutil presunción a Sam mientras la bola roja desaparecía por el hoyo. Falcon echó la cabeza hacia atrás.
—¡Venga ya, tío! ¿Hay algo en lo que no seas bueno?
Tímido y modesto, Steve Rogers levantó las manos en señal de rendición. Rió entre dientes.
—Lo siento, lo siento. Fue un tiro fácil, lo admito.
—Sí, esa era mi oportunidad —Sam señaló con su cerveza al Capitán América antes de tomar un trago—. Y me la has robado. ¿Pero sabes por qué has ganado? —volvió a asentir a Pamela—. Es porque ella no se apoyaba en la mesa, ¿entiendes lo que quiero decir?
—Cierra el pico —se burló Pamela, poniendo los ojos en blanco y riendo.
—Oh, vaya —los ojos de Sam se abrieron y miró a Steve—. Menudo lenguaje más vulgar. Steve, ¿qué piensas?
Y de repente, los hombros de Steve se hundieron y se quedó mirando la risa de Falcon con un suspiro de exasperación.
—¿Te has enterado tú también?
Pamela sintió que se había perdido algo importante.
—¿Enterarse de qué? —miró entre los dos, ansiosa por descubrirlo. Sus ojos se iluminaron por un momento, y hubo una juventud en la Víbora Roja que no había existido antes. Miró a Sam en busca de una explicación—. ¿Qué pasa?
Steve la miró y sacudió la cabeza, extendiendo una mano para apoyarla en el borde de la mesa de billar junto a ella, manteniéndola sutilmente cerca.
—No es nada —la tranquilizó y Sam solo se rió de nuevo—. No te preocupes...
—No es nada —se rió Sam ante las palabras de Steve. Dejó a un lado su palo de billar y soltó más carcajadas—. ¿Cómo era? ¿Stark insultó y la reacción de Steve fue 'esa lengua'? ¿Es eso, Capi?
Los ojos de Steve se cerraron brevemente en su divertida exasperación.
—Se me escapó —se defendió en un murmullo bajo. Sam sólo se rió más.
Pamela se rió suavemente de Steve; su sonrisa era pequeña, pero sus ojos brillaban. Al oírlo, su mirada se encontró con la de ella y su tímida exasperación se suavizó al verla relajada y cómoda. Hizo que el calor subiera a las mejillas de Steve, pero no pudo apartar la mirada. Los ojos de ella permanecieron fijos en los de él, y la sutil picardía y diversión se convirtieron en algo gentil y tierno.
Lo observó un momento más, incapaz de apartar la mirada, antes de que una ligera sonrisa se dibujara en sus labios y Pamela finalmente bajara la mirada hacia su bebida. Al darse cuenta de que estaba vacía, frunció los labios y se apartó de la mesa, repentinamente tímida, lo cual era una sensación desconocida para ella que aún trataba de asimilar.
—Creo que es hora de que me sirva más —golpeó el borde de la mesa con los dedos y esbozó una sonrisa tensa—. Que disfrutéis del resto de la partida, chicos.
Pamela se alejó, y tan pronto como dejó la comodidad de Steve y Sam, sintió que algo la invadía, desvaneciendo su sonrisa. Miró su botella vacía y trató de ignorar cómo en el momento en que estuvo sola, en el momento en que tuvo la oportunidad de estar dentro de sus propios pensamientos, cada sentimiento cálido que tenía fue reemplazado por un entumecimiento a sangre fría que Pamela no podía quitarse sin importar cuánto lo intentara.
Respiró hondo y caminó por el piso principal del ático, deslizándose suavemente entre grupos de personas, escuchando conversaciones en la lejanía; todo quedó amortiguado mientras su mente parecía alejarse del mundo.
Pamela se apartó el pelo de la cara y se dirigió hacia la barra con los labios fruncidos. Miró a su alrededor, buscando a Natasha. Frunció al no poder encontrar a la pelirroja. Dejó caer la botella en la papelera que estaba empezando a atiborrarse.
—Déjame adivinar, ¿sidra?
Al oír la voz, arrugó el ceño y miró a un lado. Pamela se sorprendió por un momento cuando un dedo la señaló antes de acercarse a la barra y coger una botella del hielo.
—¿Manzana? ¿Pera? Tengo que admitir que no tengo muchas sidras —antes de que ella pudiera decir nada, Tony Stark abrió el tapón de una sidra de manzana con un suave silbido—. De manzana, ¿verdad? Reconozco lo predecible cuando lo veo. Hay que serlo para asistir a una fiesta con el capitán Rogers. Estoy en lo cierto, ¿no?
Pamela Daniels se quedó mirando a Tony Stark, con cierta incredulidad. Al principio no dijo nada, mirando con el ceño fruncido al multimillonario y preguntándose si estaría hablando con alguien más. Pero no era así. Tony Stark, o Iron Man, era bastante sutil en comparación con el grupo que le rodeaba, que era de todo menos sutil. Tiró de los gemelos de su sencillo traje gris oscuro, no exactamente formal, pero tampoco informal. Su corbata era la pieza central, a juego con aquellos gemelos con pequeños dibujos de vehículos rojos cosidos a la tela. Pam pensó inmediatamente en el retrato que había visto de Howard Stark, el padre del hombre que tenía ahora delante, y vio muchas similitudes en su pelo oscuro, su nariz afilada y el brillo travieso de sus ojos; como una chispa de hierro o metal, la magia de la inteligencia y la innovación había pasado de padre a hijo. Tony Stark era alto, quizá cerca del metro ochenta, pero la altura de sus botas le hacía medir al menos dos centímetros más. Sin el hierro rojo y dorado de su famoso traje, Tony Stark parecía... extrañamente normal, a pesar de tener más dinero del que Pamela jamás podría soñar y el intelecto genuino que lo acompañaba. Lo único que le recordaba a los trajes de acero era el ligero resplandor tras la tela de su camisa de vestir, que aunque era de color oscuro, no podía ocultar por completo el pulso de un azul tenue que pertenecía al reactor que alimentaba los actos heroicos de Iron Man y mantenía con vida a Tony Stark.
No pudo evitar echar un vistazo a la luz a través de su camisa, y Stark se dio cuenta. Su mirada no era vacilante ni aborrecible, sino analítica e investigadora, tratando de averiguar cómo funcionaba todo. Canturreó, casi sorprendido, pero agradecido por una mirada que reconocía.
—Funciona como un electroimán —dijo Tony Stark, dándose golpecitos en el metal del pecho por detrás de la camisa. Pamela no dijo nada, levantó la vista para encontrarse con su mirada—. Mantiene la metralla de mi cuerpo lejos de mi corazón. ¿Quieres la bebida? —le tendió de nuevo la sidra de manzana. Ella la miró fijamente, pero no se movió para cogerla—. ¿No te gusta que te den cosas? No pasa nada. Lo respeto. A mí tampoco —la dejó sobre la barra.
Pam frunció los labios, pero finalmente la alcanzó. Sus dedos se enredaron alrededor del cuello de la botella.
—Gracias —murmuró—, pero estaba buscando agua.
—Le quitas la gracia —Tony Stark volvió a señalarla, rápido y breve; ella se preguntó si su mente se movía aún más rápido—. Otra cosa que tú y Steve tenéis en común. Estoy empezando a ver poco a poco la atracción —señaló a Pamela—. Dime, ¿es el Capiestalactita tan rígido a todas horas? Tiene que ser aburrido, ¿no?
Más sentimientos dudosos rodearon a Pamela y no supo qué decir. Le tomó un momento darse cuenta de la broma de llamar Capiestalactita a Steve. Al final, murmuró.
—Hablas... mucho.
—Hmm —asintió y entonces, de la nada, sacó un paquete de frutos rojos que había estado comiendo. Pamela se quedó mirándolo—. ¿Arándanos? —Tony Stark la miró de arriba abajo antes de continuar con un ingenioso chiste en la punta de la lengua—. ¿Las víboras como tú comen arándanos? ¿O preferís los roedores? —ella no estaba impresionada, aunque Tony Stark pareciera engreído por su juego de palabras—. Ya sabes, porque S.H.I.E.L.D. te llamaba Víbora Roja antes de que resultaran ser una Hidra-calamar de ocho cabezas —ante su mirada perdida, volvió a asentir—. Bien, porque me he quedado sin roedores.
Ante su mezcla de confusión incrédula y ceño molesto, Tony Stark se rió entre dientes y le dio un golpecito en el hombro mientras se iba a por otra copa.
—Relájate, Down Under, estoy de coña. La próxima vez te daré unos segundos para que puedas procesar una broma en tu software, no te preocupes.
Pamela resistió la tentación de apretar los dientes y decir algo no tan agradable. Había algo en Tony Stark y sus chistes que le irritaba la piel. La molestaba. O tal vez fue el chiste sobre la Víbora Roja. Provocó una respuesta tensa en Pam sobre una vida en la que no quería profundizar, y definitivamente no quería ser el blanco de una broma. Respiró hondo por la nariz y tomó un sorbo de sidra.
Sin embargo, Tony Stark no ponía las cosas fáciles.
—Tú no hablas mucho.
—Porque no me gustan tus bromas —murmuró Pamela, molesta.
A él no le molestó su tono molesto, sino que se rió entre dientes, como si fuera justo lo que estaba buscando. Él sonrió, engreído y orgulloso de sí mismo. Ella frunció.
—Tenía curiosidad por ti, chavala...
—... No me llames así...
—... La verdad es que no me imaginaba al viejo con una chica moderna como tú —continuó Tony Stark, sin detenerse a escuchar su frustrada objeción. No paraba de moverse, como si siempre tuviera el pie pisado en el acelerador. Pamela deseaba poder pisar a fondo el freno y hacer que los neumáticos de su mente chirriaran hasta detenerse—. Pero ahora veo que sois perfectos el uno para el otro —el sarcasmo de su voz no la reconfortó.
Pamela quiso decir algo, su enfado iba en aumento, pero de repente, Iron Man siguió adelante y se la llevó con él. Ella apretó el ceño y apartó el brazo, aunque a él no le importó.
—¿Ya has conocido a Thor? —preguntó Stark—. Pues claro que no —mantuvo una mano en su hombro y la dirigió hacia donde se oía al Dios del Trueno con una estruendosa carcajada—. Point Break es un poco blandengue de cabeza y habla como si fuera Shakespeare, pero creo que os llevaréis muy bien.
Ella dio un paso atrás, alejándose fácilmente de Stark.
—Yo... voy a buscar a Natasha.
Pam no esperó a escuchar una respuesta, pasó de largo y siguió adelante entre la fiesta. Buscó el familiar cabello rojo entre un mar de personas que no conocía. Miró a su alrededor, caminando torpemente bajo luces bajas y murmurando suaves 'perdón' mientras intentaba esquivar los grupos.
Caminó junto a una mesa llena de gente, bebidas e invitados con sus bonitos vestidos, monos y chaquetas de traje, observando los sorprendentes gestos con las manos del Coronel James Rhodes mientras contaba su historia.
—Lo llevo volando hasta el palacio del general, lo suelto a sus pies y le digo: ¡boom! ¿Buscaba esto? —el pequeño grupo se echó a reír y Pamela hizo una mueca, sin estar segura de qué les parecía gracioso, pero fuera lo que fuera, el Coronel Rhodes estaba muy orgulloso de la reacción que obtuvo.
Siguió adelante, tratando de encontrar a la Viuda Negra entre la ocupada fiesta. Pamela hizo una mueca cuando la música pareció demasiado alta por un momento, junto con la charla a su lado y la risa de una mujer a su derecha. Miró a su alrededor, sorprendida y odiando cómo su reacción inmediata fue ponerse tensa para una pelea. Frunció para sí misma, sosteniendo su bebida con fuerza y haciendo todo lo posible por distraerse. ¿Por qué de repente la música estaba tan alta? ¿Por qué de repente había el doble de gente delante? Sus ojos parpadearon hacia el reflejo en la mesa de café de cristal cercana y la cantidad de gente se triplicó.
Cuando vio el brillo metálico de algo, la Víbora Roja sintió una punzada de miedo en el pecho y se giró con los ojos muy abiertos. Tropezó y algunas personas que estaban a su lado dejaron escapar suaves exclamaciones de confusión.
—Lo siento... —soltó Pamela, respirando un poco más fuerte—. Perdón, perdón —frunció el ceño al ver el brillo del metal, y ese miedo en su pecho se calmó cuando se dio cuenta de que solo habían sido las luces de arriba reflejándose en un cubo de hielo.
Pamela Daniels respiró hondo y sacudió la cabeza, sin estar segura de qué le pasaba. Se abrió paso entre la siguiente multitud con suaves disculpas, necesitando un respiro. En lugar de encontrar a Romanoff, sus pies la llevaron a la salida más cercana.
Al pasar por delante de la barra y subir lentamente las escaleras que conducían a los pasillos envolventes del ático, Sam Wilson silbó por lo bajo tras escuchar la historia de lo ocurrido en Sokovia. Echó un vistazo a las botellas de vino de las neveras cuando alguien abrió la puerta y se preguntó cuántas de esas botellas habrían servido para pagar algo más que la colección de Stark, algo útil, como una obra benéfica para los soldados que habían regresado, la creciente población de personas sin hogar o la salud de los niños.
Los Vengadores y quienes trabajaban a su lado no cobraban exactamente un sueldo. Recibían subvenciones de la ciudad, patrocinio y financiación de Industrias Stark y la propia riqueza generacional de Tony. A Sam le parecía un poco hipócrita que alguien tan rico como Tony Stark pagara un dinero que iba directamente a su cuenta bancaria. A diferencia de Steve, por ejemplo, que usaba la escasa asignación que recibía para ayudar a los demás al margen de vengarse. Siempre para ayudar a los demás. Mientras Stark invertía su dinero en nuevos equipos y tecnología, quinjets y trajes y armas para los Vengadores, Steve Rogers ayudaba a Sam Wilson a crear un grupo de apoyo para veteranos en la ciudad de Nueva York, donde podía continuar con la labor de asesoramiento que realizaba en D.C. en esta ciudad.
Sam miró a Steve Rogers que caminaba a su lado, quien terminó de contarle sobre los dos individuos mejorados que el equipo había encontrado en la base de HYDRA.
—Siento haberme perdido una pelea como esa.
Steve dejó escapar una suave risa ante la ligera envidia en la voz de Falcon. Subieron otro pequeño tramo de escaleras.
—De saber que iba a haber un tiroteo, te habría llamado sin pensarlo.
—No, no, en realidad no lo siento —Falcon le tocó el hombro cuando se detuvieron cerca del balcón interior, mirando hacia la fiesta. Por un momento, Sam buscó a Pamela, preguntándose dónde se había metido—. Sólo intento parecer duro. Me encanta seguir pistas inútiles en este caso de personas desaparecidas. El de los Vengadores es vuestro mundo. Y vuestro mundo... está loco.
Steve no podía estar en desacuerdo mientras apoyaba sus brazos en la elegante barandilla de vidrio del balcón.
—En eso te doy la razón —cuando lo escuchó crujir levemente, se sonrojó y rápidamente se levantó, olvidándose de su propia fuerza por un segundo.
Sam lo notó y reprimió una sonrisa divertida. Tomó un sorbo de whisky.
—¿Ya has encontrado piso en Brooklyn? —preguntó suavemente.
—No creo que pueda permitírmelo —murmuró Steve Rogers. Miró la fiesta y de repente se sintió bastante fuera de lugar. Su mirada encontró al Doctor Banner un poco confundido cuando una joven emocionada le pidió una foto con él.
A su lado, Sam suspiró suavemente.
—Bueno, el hogar es el hogar, ¿no?
No vio la forma pesante en la cara de Steve. El hogar es el hogar. La mirada del Capitán América se volvió distante mientras contemplaba los elegantes y modernos muebles, el sonido de AC/DC a todo volumen en los altavoces y las luces blancas que brillaban sobre los sofás blancos, las mesas de café de vidrio y la charla de personas que no conocían una vida diferente.
El hogar es el hogar. Steve ya no distinguía exactamente qué era el hogar. ¿Estaba su hogar junto a los Vengadores, dentro de esa torre de Nueva York con ese escudo a la espalda? ¿Estaba su hogar en Brooklyn, donde cada apartamento que miraba no le parecía adecuado, sin importar el precio? Las calles por las que solía deambular eran las mismas y, sin embargo, eran tan diferentes. Los lugares que antes conocía de cabo a rabo ahora eran distintos. Los bares de leche eran ahora 7Elevens. Los viejos teatros, las peluquerías de la esquina y los quioscos de prensa que frecuentaba habían sido derribados y sustituidos por complejos de oficinas. Greenpoint, el lugar donde sus padres se establecieron como inmigrantes irlandeses, el lugar donde Steve creció, había cambiado hasta el punto de resultar casi irreconocible.
El tiempo había envejecido y lo había cambiado todo, pero a él lo había dejado atrás. Seguía paseándose como un fantasma viviente en una época que había avanzado y que, sin embargo, le arrastraba con ella, esperando que siguiera viviendo como si nada hubiera pasado. Porque para el mundo que le rodeaba, 1945 fue hace setenta años. ¿Pero para Steve? Recordaba haber estrellado aquel avión como si fuera ayer. Para él, la Guerra tuvo lugar hace cuatro años. ¿Para el resto del mundo? Era sólo una página en un libro de historia.
La gente olvida la historia. Dejan que esas páginas acumulen polvo. Steve había salido de esas páginas, y aunque el mundo lo conocía como el Capitán América, Steve Rogers todavía estaba cubierto de polvo, olvidado y abandonado a medida que pasaba el tiempo.
¿Steve Rogers tenía hogar? No sabía la respuesta. No pensó que fuera a saberla.
Fue a cambiar de tema, aunque no estaba exactamente seguro de a cuál, cuando vio a Pam en el piso de abajo. Steve la vio alcanzar la puerta del balcón y salir rápidamente al aire fresco. Sus cejas se juntaron con un suspiro de preocupación.
Steve agarró el hombro de Sam, diciendo un tranquilo te hablará más tarde antes de pasar y bajar las escaleras.
En cuanto Pamela salió al aire frío y cerró la puerta tras de sí, por fin pudo volver a respirar.
El ruido de la fiesta se amortiguó tras ella y se encontró con los sonidos de la ciudad que nunca dormía. Incluso ahora se oían charlas y risas, coches circulando por las calles y sirenas. Las luces convertían la ciudad a su alrededor en un mar de estrellas rojas, azules, amarillas y verdes. El balcón del ático de la Torre Vengadores daba a la parte baja. Contempló la ajetreada metrópolis, desde Midtown hasta el distrito financiero y el agua, donde se alzaban los puentes de Manhattan y Brooklyn. Ellos, la luz parpadeante del Empire State Building y la niebla que rodeaba la Estatua de la Libertad eran elementos básicos de la historia de Nueva York. La Torre Vengadores era tan alta que, si Pamela entornaba los ojos, podía ver las luces lejanas de las atracciones de Coney Island, al otro lado de Brooklyn. O quizá se lo estaba imaginando.
Sólo necesitaba algo para distraerse. Pamela respiró hondo y volvió a apartarse el pelo de la cara, dejando que el aire de la noche refrescara su mente. No quería que esta noche se convirtiera en algo que temiera. Pamela quería tener una noche normal y sentirse como una chica normal, quería disfrutarla, y fue así hasta ahora. A su pasado siempre le gustaba arrastrarse entre las sombras y los reflejos, recordándole por qué nunca tenía un soplo de paz.
Cuando se abrió la puerta del balcón, miró por encima del hombro y se enderezó un poco cuando vio a Steve. Pamela no se sorprendió. Él siempre parecía aparecer cuando ella estaba un poco perdida, como una brújula que la señalaría en la dirección correcta.
—Hola —dijo en voz baja y se volvió hacia él cuando se paró a su lado—. Lo siento. Fui a por una copa, pero luego tuve una... conversación interesante con Stark.
Steve se rió entre dientes ante estos suaves sonidos de Nueva York, pero ella lo escuchó. Deslizó sus manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Interesante es... una buena palabra para describir a Tony. Pero él hace mucho bien a los demás, a su manera.
Él la miró y sus ojos bajaron hasta sus brazos. Sus cejas se fruncieron y antes de que Pamela pudiera decir algo más, Steve se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Su corazón dio un vuelco, como una piedra en una rayuela, igual de juvenil y liberadora. Una calidez se extendió por sus brazos y hombros, pero también en su pecho, y distrajo a Pam de sus pensamientos más que la vista de la ciudad. Lo miró a los ojos, un poco sorprendida, pero no se quitó la chaqueta.
—Gracias, pero no tenías que hacerlo...
—Está bien —Steve sonrió y deslizó las manos nuevamente en sus bolsillos.
Pamela torció los labios y esbozó una pequeña sonrisa. Deslizó los brazos por las mangas y no pudo evitar divertirse un poco al ver que le quedaba demasiado grande, las mangas le llegaban a los dedos, extragrandes y muy cálidas. Olió una pizca de la colonia de Steve, y había una parte de ella que quería abrazar la chaqueta, una parte infantil enterrada hacía mucho tiempo; una parte de ella que superaba cualquier pensamiento que le dijera que no se merecía esto, y que simplemente se permitía disfrutar del momento de tener a alguien que le diera prioridad, aunque sólo fuera por esta noche.
Steve respiró hondo y apoyó suavemente las manos en la barandilla, volviendo a mirarla a su lado. Sintió que la suave preocupación la invadía.
—¿Qué estás haciendo aquí afuera? Hace más calor dentro.
—Las vistas son monas —dijo Pamela suavemente, su mirada de él a Nueva York frente a ellos—. Y yo sólo... necesitaba un respiro.
Sintió que Steve se movía a su lado y se dio cuenta de que había interpretado sus palabras de un modo distinto al que ella pretendía.
—Claro. Lo siento —murmuró rápidamente y ella lo miró, de nuevo, sorprendida—. Sé que esto no es... Ya sabía que no estarías cómoda. Puedo llevarte a casa.
Pamela trató de imaginar la idea de Steve llevándola a casa y casi le dieron ganas de reír. Sacudió la cabeza.
—No, no —le tranquilizó rápidamente—. No, no me refería a eso. Me gusta estar aquí, de verdad. Disfruto... —Pamela se volvió tímida y apretó los labios, sin encontrar su mirada de repente—. Me gusta pasar tiempo contigo —admitió en voz baja, con un suave rubor en las mejillas que no podía ocultar. Era muy distinto de las escamas endurecidas que había acumulado durante años. Pero ahora que se había despojado de tantas pieles y reconstruía lentamente una nueva, a lo mejor se permitía algunas grietas suaves en su armadura.
Steve se relajó. Su pequeña sonrisa regresó y tal vez él también se volvió un poco tímido. Se miró los zapatos y asintió, apretando los labios, incluso tímidamente.
—Me alegra que hayas decidido venir —dijo finalmente.
Ella asintió.
—Yo también —volvió a mirarlo a los ojos y no apartó la mirada durante un largo momento. Steve tampoco lo hizo, una suave exhalación liberó la tensión restante en sus hombros y suavizó sus rasgos.
La sostuvo por un segundo más antes de mirar hacia la ciudad. Pamela lo observó después, con una pequeña sonrisa en su rostro antes de concentrarse también frente a ella. Steve soltó otro suave suspiro, una vez más, y sus hombros cayeron con él.
—Sí que son unas vistas muy bonitas —decidió decir y Pamela reprimió una risita.
—Sí —asintió ella, poniéndose a su lado y ambos contemplaron la ciudad.
—Todo es muy distinto a como lo recordaba —comentó de pronto Steve, con voz suave. Pamela no se lo esperaba—. Cuando volví a salir del hielo —murmuró, bajando la mirada hacia sus manos en la barandilla—, fue como si tuviera que aprenderlo todo de nuevo. Recuerdo los anuncios de Coca-Cola y los títulos de las películas de Hollywood escritos con luces en los carteles en Times Square. Nada de estas vallas publicitarias llamativas e intermitentes.
—Los conceptos siguen siendo los mismos —reflexionó Pam, esforzándose por no reírse de la forma en que dijo esas palabras, como un abuelo refunfuñando un suave 'en mis tiempos'—. Solo que la publicidad es diferente. Estoy bastante segura de que todavía hay anuncios de Coca-Cola —sus ojos brillaron con diversión.
—Eran más sutiles —dijo Steve, indignado, en un tono suave—. Ahora hay que usar gafas de sol para visitar Times Square.
Ella estalló en una suave risa ante ese comentario, sacudiendo la cabeza y poniendo una cara de incredulidad.
—Eres tan viejo. Es como si me estuvieras sacudiendo tu periódico en el porche de tu casa.
—Bueno, tengo noventa y seis años —su sutil picardía la hizo sonreír.
Con el corazón encogido, Pamela puso los ojos en blanco. Volvió a mirar la ciudad con un suave suspiro. Al hacerlo, Steve pareció pensar en otra cosa y se acercó un poco más.
—En realidad nunca iba a ninguna parte a menos que Bucky me arrastrara —una suave risita escapó de sus labios—. Una vez me arrastró a Coney Island. Decidió que subiríamos a la atracción Cyclone; básicamente me arrastró hasta la cola. Creí que me iba a caer del cielo. Acabé vomitando cuando volvimos a bajar.
A Pam se le ocurrió una idea y miró a Steve.
—¿No eras asmático?
—Sí —asintió Steve, riendo entre dientes—. Y tenía problemas cardíacos y... todo lo demás. Pensé que mi madre acabaría con Bucky.
Ella también se rió entre dientes, desconcertada ante la idea de que Steve antes del suero se viera obligado a afrontar la atracción Cyclone en Coney Island. Deseó haberlo visto. Una parte de ella deseaba haberlo conocido también en aquel entonces, lo cual era un pensamiento descabellado en ese momento, y no estaba exactamente segura de lo que significaba.
—Bueno, la atracción sigue allí.
—Supongo que sí —murmuró Steve, sonriendo para sí mismo; no era una sonrisa exactamente triste, pero tampoco era del todo feliz.
Sus ojos volvieron a encontrar los de él, y la sonrisa de su rostro vaciló cuando Pamela se sintió cautivada por el suave resplandor que las luces de la ciudad y del interior de la Torre de los Vengadores reflejaban en el rostro de Steve. Se apartó un poco del balcón, sin apartar la mirada ni un segundo. Sus ojos, su sonrisita, el leve fruncimiento de su ceño; todo pertenecía al hombre que había detrás del escudo y, cada vez que veía un atisbo de quién era sin llevarlo, Pamela quedaba enamorada. Se sentía como si estuviera abriendo una caja para descubrir un tesoro en su interior, y quería esconderlo para que nadie más pudiera verlo y quitárselo.
Creyó escuchar la respiración de Steve entrecortada, o tal vez era la suya, y su corazón comenzó a acelerarse cuando notó que ahora estaba parado justo frente a ella.
Pamela pensó que pasaría algo, porque quería que fuera así, pero dudaba demasiado para dar el paso ella misma y quería ver si Steve lo haría. Si cruzaría la línea con ambos pies para encontrarse con ella con toda su atención al otro lado.
Pensó que lo haría... realmente creía que lo haría.
Hasta que Steve pareció retroceder en el último minuto. Se aclaró la garganta y dio un paso atrás, con las manos en las caderas y los ojos mirando hacia la fiesta que había dentro. Pamela no quería que él viera la decepción que sentía hundirse en su pecho.
—Deberíamos... deberíamos volver. Hace demasiado frío aquí afuera.
—Claro —murmuró Pamela, asintiendo. Apretó la mandíbula y obligó a bajar las suaves curvas de sus escamas, enderezando los hombros.
Steve le abrió la puerta y ambos entraron.
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Nota: Down Under es una expresión coloquial que es interpretado de varias maneras para referirse a Australia, debido a que se encuentra "por debajo" de otros países. He decidido mantener el apodo en inglés porque pierde significado al traducirlo.
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